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Histórica masacre en sierra mojada

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Froilán Meza Rivera

miércoles, 27 septiembre 2023 | 05:00

Aunque habían pasado varios meses desde aquellos sucesos que llenaron de pavor a los pacíficos pobladores de Sierra Mojada, la sangre seca todavía perduraba en duros y negros cuajarones al pie de aquella enorme roca.

“Fue una verdadera masacre”, dicen que dijo el inspector de policía venido de Torreón para investigar el crimen. Fue ahí y entonces que la gente conoció el significado de la palabra “masacre”. El asesinato de Jesús Pascual Venegas había sido ejemplar en muchos sentidos.

Con el tiempo, la gente comenzó a evitar el paso por aquel lugar, que desde entonces fue conocido como “la piedra de Chu”. Toda una leyenda se tejió en torno al lugar y en torno al espantoso suceso.

Todos sabían que Jesús Pascual Venegas “algo” debía a “alguien”. No era normal que hubiera venido a Sierra Mojada y se pasara semanas completas sin salir de la casa más que en las noches para ir a hacer sus necesidades. Pero los serranos, quienes tienen fama de discretos y hospitalarios, en nada cuestionaron la situación del “Chu”.

Jesús era primo segundo de mi mamá, mucho mayor que ella, ya que, en el tiempo de esta historia, ella contaba apenas con unos diez años y cursaba el cuarto de primaria en el pueblo.

A quienes lo vieron, asombró que “el primo”, como también lo empezaban a conocer, hubiera salido un día amaneciendo con rifle y lonche, y que hubiera agarrado uno de los caballos de la cuadra, dizque para ir a cazar.

Mi abuela le aventó una bendición esa mañana para que nada malo le pasara y volviera con bien, el exiliado. “Cuídese, m'ijo, y que lo cuide Diosito”, le dijo la madre de mi madre.

“Gracias, madrina, no tenga cuidado, que no me va a pasar nada, ahí nomás voy a la cañada, donde dicen que vieron anteayer un venado macho con una cornamenta de dieciséis picos”. Y el “Chu” entonces se inclinó para recibir una segunda bendición de la mujer.

Bien sabía la abuela lo que había llevado al “primo” desde el mineral de La Perla en Chihuahua, a la Sierra Mojada. Fueron las amenazas de un marido ofendido al que su propia mujer y Jesús Pascual Venegas habían dejado en ridículo a los ojos de todo el mineral.

Cuando la vieja se metió a la cocina, al sentarse junto al fogón, lo primero que hizo fue soltar un llanto triste que, dice mi mamá, parecía salirle “de alguna de las profundidades del alma, donde se guardan los dolores de muerte”.

Inquieta y triste, llorosa todo el día, la mujer no pegó el ojo tampoco en la noche. Todavía no alumbraba la aurora cuando nos vinieron a avisar que unos carboneros que pasaban por la cañada encontraron el cuerpo destrozado del “Chu”, todavía de pie, amarrado de brazos y piernas a unas estacas que sus victimarios habían clavado en el reliz.

Nunca se supo a ciencia cierta quiénes lo mataron, ni por qué, pero los imaginativos serranos armaron dos o tres teorías que el lector no querrá saber. Lo dejo mejor con esta historia, que todos conocen allá, en Sierra Mojada, Coahuila.

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