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La tragedia de la cerilla

“No es cierto, me dicen que está muerta, pero no es cierto, no es cierto”

Froilán Meza Rivera

jueves, 16 marzo 2023 | 05:00

“Me abría los brazos mi chiquita linda, mi chaparrita, y yo la levantaba con mucho amor, a mi bebé, y la cargaba así, abrazadita conmigo”. Los ojos de Guillermo Iván Ramos se humedecen con el recuerdo, y las lágrimas que se derraman por las mejillas se le depositan en el bigote abundante.

Guillermo Iván, a quien apodan ‘el chilango’, no puede creer, más bien no quiere creer que a su pareja, a la adorada mujer que le arranca todavía latidos de ternura, la hayan atropellado. “No es cierto, me dicen que está muerta, pero no es cierto, no es cierto”.

El hombre de 35 años se desahoga llorando con la cabeza inclinada sobre el pecho y, con movimientos ya condicionados, se empina la botella de refresco llena de alcohol matarratas. Su Ana Laura ya no existe, y él se siente más que infeliz y bloquea su mente a la sola mención de que ella no reside ya entre los vivos.

Esta es la triste y desgarradora historia de ‘la cerilla’, una infeliz teporocha de la vida real que murió atropellada hace tres semanas por la salida a Cuauhtémoc.

Vivía ella en la calle, comía sobras y basura. Era alcohólica y adicta a lo que alcanzan a ser adictos estos seres que le hacen a diario el amor a la muerte. Madre de tres hijos a los que abandonó y que se quedaron colocados con los abuelos maternos, ‘la cerilla’ gozaba de los cuidados de ‘el chilango’, su pareja en los arrabales. Y sufría, más que disfrutar, por la vergüenza terrible de que su hijito el menor le llevara ocasionalmente a la plaza de San Francisco, comida que robaba de casa de sus abuelitos.

“Imagínate la pena del chavito al ver a su mamá hecha caca y parloteando incoherencias como loca, eternamente expuesta al escarnio de la malamente llamada ‘buena sociedad’”, dijo, señaló, imaginó, un amigo del barrio de por la Placita Perea, que es donde se originó esta historia.

¿Soñaría el niño con una madre amorosa, tierna, limpia y que viviera como una señora normal? ¿Aspiraba a redimirla? ¿Qué sintió cuando la supo muerta en el atropello?

Ana Laura Cedillo era su nombre.

Ella se “destrampó” un día, así nomás, siendo mujer casada y con tres hijos, y es que dicen sus conocidos de la Placita Perea, más abajo de San Francisco, que la locura la trae de familia, que es herencia. “Después de que se dio a la calle y al alcohol, fue que la dejó el bato, y es que en esa familia no es nomás ella, sino que otros hermanos también padecen de sus facultades”, según relató uno de los borrachines de por la Placita. Uno de sus hermanos está en “la pinta”, es decir, en la cárcel, acusado de haber asesinado a una célebre indigente, ‘la tía’, quien se mantenía con un silbato parando el tráfico, vestida de agente de Vialidad afuera del templo de San Francisco. ‘El travolta’ es este hermano, y el otro, Moisés, dicen que “se quedó bien arriba”.

Ana Laura Cedillo murió a los 35 años, mismos 35 que tiene hoy su pareja de la última estación de su vida, ‘el chilango’.

Todos la recuerdan en estos andurriales entre la Plaza de San Francisco, la Placita Perea y la calle 15, donde está el baldío en donde dormían y moraban ella y su novio Guillermo Iván.

“Pero eso de que el hijo menor la alimentaba, no es cierto”, exclama airado ‘el chilango’, porque él era el mero mero de su chiquita, de su chaparrita adorada. “Fíjate, yo siempre le daba de comer; en un bote chilero hacíamos un caldo de corazón de res con paloma, y le poníamos chilito y cebolla y tomatito... yo le decía: si no comes, no hay alcohol, porque yo sé que se puede uno morir”.

Guillermo Iván Ramos se queda solo en la banqueta, y su pensamiento sólo es para ella. Balbucea: “Chiquita adorada, mi chaparrita, mi bebé, ¿dónde estás? ¿Por qué no te puedo encontrar?”