Yo nunca creí, como ahora tampoco creo en absoluto, en el mito de los extraterrestres a bordo de los platillos voladores que andan de visita en la Tierra
Froilán Meza Rivera
sábado, 18 marzo 2023 | 05:00Las instrucciones eran simples: nos veríamos el lunes a la entrada de la pista de carreras de caballos, a las 11.
Esto fue apenas en octubre del 2005. Yo ya había sufrido el renacimiento del recuerdo de la casa de ladrillos, que desde hacía cuatro días acudía a mi mente cada mañana con nuevos detalles, pero que nunca asocié con ningún suceso real de mi pasado.
Yo nunca creí, como ahora tampoco creo en absoluto, en el mito de los extraterrestres a bordo de los platillos voladores que andan de visita en la Tierra. Considero los cuentos de extraterrestres y las historias de charlatanes como Jaime Maussán, como una forma de engaño que tiene el lucro como único fin. Pero el hecho que desencadenó la ola de recuerdos fue precisamente un artículo en Internet que hablaba de las llamadas "abducciones" o secuestros realizados por los supuestos "aliens".
Ese texto decía:
"Virtualmente, cada cosa que hacen los extraterrestres, la hacen al servicio de su programa de abducciones. Cada actividad, aparentemente incomprensible o absurda, tiene, una vez que se la examina, una base lógica. Una por una, estas acciones han empezado a perder su misterio y revelan sus propósitos verdaderos. Cuando los investigadores supieron por primera vez acerca del fenómeno de la abducción, asumieron por lo general que, si era real, el objetivo de esas abducciones era investigar a la raza humana. Pero debido a que ese patrón se repetía tanto, concluyeron que los "aliens" estaban realizando un estudio de largo alcance y colectando información de manera benigna y muy amplia".
Hasta aquí el texto que desencadenó la afloración de mis recuerdos. A la madrugada siguiente, estaba yo despierto en la cama con el recuerdo de la casa de ladrillos.
El individuo ronco y de voz apagada resultó ser Luis Sáenz, un antiguo condiscípulo mío en segundo de primaria que cursó ese grado conmigo en la "escuela del pozo", como llamábamos a esa prima máter, la escuela Constitución número 205.
Luis, obsesionado con el tema de la afloración de recuerdos desde por lo menos un año antes que yo, ya había formado una extensa red con individuos como nosotros que, a la misma edad de seis años y medio, habían sido "estudiados" en la casa de ladrillo.
Cuando me incorporé a la llamada "Fraternidad de los Recuerdos", ya éramos 65 hombres y mujeres, comprobados uno por uno, que compartíamos los mismos detalles de nuestra entrada individual a esa casa.
La misma ancianita bonachona, el mismo juego de sala, la mesita de madera en el comedor, la pintura verde pálido en los muros, el enorme archivero disfrazado de alacena, la aguja extrayéndonos la sangre, las mismas pincitas curiosamente pequeñas con que nos arrancaban tiras de piel, y la misma colección de "expedientes" que, según pudimos concluir, podría llegar a los 500 individuos.
¿Cuál fue el error de aquellos coleccionistas de material genético y de identidades?
¿Por qué recuperamos de repente y casi al mismo tiempo todos, la memoria de ese episodio sepultado en nuestras mentes?
No lo sabemos, pero algo que sí puedo asegurar es que nuestras investigaciones han sido sumamente fructíferas, y que en poco tiempo daremos a conocer los resultados, que serán una verdadera bomba que habrá de explotarle en la cara a la humanidad.
Por el momento, me reservo cualquier detalle sobre la identidad de los misteriosos seres que, entre 1955 y 1968, coleccionaron vestigios y material genético de los habitantes de Ciudad Delicias.