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Pega hambruna a asentamientos

Chihuahua ocupa el tercer lugar a nivel nacional en letalidad por Covid en esta población; las mujeres son las más afectadas; se encargan de la manutención familiar: Párroco

Francisco López/El Diario

Salud Ochoa/El Diario

jueves, 16 julio 2020 | 13:23

Chihuahua, Chih.- La falta de trabajo generado por la Pandemia del Covid-19 ha ocasionado un grave problema alimentario en los asentamientos indígenas de la ciudad de Chihuahua, llegando incluso a catalogarse como condiciones de “hambruna” que pone a decenas de familias en riesgo.

Las mujeres indígenas son las que llevan el peso de la pandemia sobre sus hombros a pesar de que, al igual que los hombres, muchas perdieron su empleo. Cientos de niños, ancianos y personas con discapacidad, viven el día a día en condiciones de pobreza que ha migrado hasta el punto de lo extremo tanto en falta de alimentos como de insalubridad y hacinamiento.

El párroco Manuel Granados y la segunda gobernadora de la colonia Tarahumara, Liliana Palma, coincidieron en la urgencia de atender a estas colonias y sus habitantes entre los que se encuentran niños, adultos mayores y personas con discapacidad. ¿Los apoyos oficiales? Sí han llegado, indicaron, pero solo dos veces en forma de despensa en un período de 4 meses de pandemia.

“Los hombres adultos y jóvenes, quienes en su mayoría laboran en el área de la construcción, se han quedado sin empleo, por lo que la manutención de las familias recae directamente en las mujeres”, dijo Manuel Granados y abundó en que este ha sido un período muy complejo para la comunidad indígena de la capital del estado ya que la solidaridad mostrada es poca y los apoyos nulos.

Aunado a esto, el hacinamiento en que las familias viven y los problemas de drogadicción que algunos enfrentan, han dado pie a una situación calificada por Granados como “un verdadero drama”. La presencia del virus Covid-19 no había sido hasta hace poco, un problema grave en los asentamientos, sin embargo, ayer las autoridades de salud reconocieron la existencia de un brote de la enfermedad en uno de ellos pero se negarona decir en cuál. Dijeron que el reporte se tuvo a principios de julio con tres contagios.

“Hasta el momento tengo conocimiento de pocos casos de contagio y por lo menos un fallecimiento por ese motivo. Pero, sí es un riesgo porque al enfermarse una persona generaría contagios masivos debido a que hay demasiada gente en un mismo sitio. Esto ha sido muy difícil, de extrema necesidad, hay verdaderas hambrunas. De instancias oficiales han llevado algunas despensas pero han sido dos veces nada más, ellos han tenido que enfrentar el problema por sí mismos”, explicó el párroco antes de que oficialmente se reconociera el brote.

Granados aseguró que las solicitudes de apoyo –en todos los sentidos- han sido reiteradas pero no así la respuesta ya que, a pesar de que la parte oficial –específicamente la Coepi- dijo que acudiría periódicamente, no lo ha hecho.

Al problema de la pandemia se suma la migración continua desde las comunidades serranas hacia la ciudad, aumentando con ello el hacinamiento en las viviendas donde habitan familias muy grandes.

“Están muy desprotegidos los tarahumaras. Siguen llegando de la sierra, huyendo de la violencia, el hambre y la falta de trabajo”, señaló Granados.

Al norte de la ciudad, en la colonia Tarahuma, Liliana Palma Loya, explicó que los “descansos” laborales y/o despidos, obligaron a muchas personas a buscar trabajo en los ranchos y las mujeres que prestaban servicios domésticos se fueron a trabajar a la pizca en los campos agrícolas de la entidad.

La situación, aseguró, se ha ido “regularizando” poco a poco gracias a que las jefas de familia no se quedaron de brazos cruzados y quienes perdieron el empleo buscaron la manera de allegarse recursos para sobrevivir.

“Sí ha habido necesidades, a muchas mujeres las descansaron y la mayoría se fue a trabajar a los ranchos. Ha estado muy difícil la situación pero se ha ido regularizando porque ellas sí se movieron para buscar empleo”, indicó Palma Loya.

La segunda gobernadora agregó que en ese lugar hay jóvenes con discapacidad que requieren silla de ruedas así como adultos mayores que también son objeto de apoyo alimentario.

En el caso de las madres solteras, en su mayoría adolescentes, son los familiares de cada una quienes las apoyan.

Dolores Reyes, habitante del citado asentamiento y anteriormente autoridad del mismo, confirmó las condiciones precarias en las que las familias indígenas están viviendo e indicó que en el lugar son alrededor de 60 familias, 120 niños, 5 adultos de la tercera edad y 4 con alguna discapacidad.

“Hace alrededor de mes y medio trajeron una despensa pero no han vuelto. Algunas señoras se han quedado sin trabajo y eso ha hecho más difícil la situación. Los hombres que van a la obra son los pocos que han regresado al trabajo. No sé cómo estarán en los otros asentamientos pero aquí hay gente que de verdad no tiene que comer, hay madres solteras y viudas. En mi caso, con lo poco que vendo de artesanía compro comida y hago lo posible por guardar”, puntualizó.

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