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¿Quién le daba entonces, de comer al bebé?

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Froilán Meza Rivera

miércoles, 24 mayo 2023 | 05:00

El asustado chiquillo se fijó en un punto de luz azulosa que parecía moverse a la distancia, entre el macizo de arbustos... la luz venía directo a él, y ante los ojos del infante fue creciendo y conforme se acercaba, tomaba forma humana. A velocidad de vértigo, la figura se aproximó a la esquina de la avenida Quince y calle Tercera, se elevó en un salto felino, y terminó desapareciendo en la tierra de un lote baldío a varios metros de la esquina, después de dejar sin habla y sin aliento al infeliz testigo de sus evoluciones.

El escenario para la aparición de aquel fantasma no podía ser más tenebroso. Ese año de 1965 llovió mucho, y como resultado, todo el bajío de la calle Tercera Poniente se inundó hasta un metro de alto.

El agua anegaba una vasta extensión de lo que hacía treinta años entonces, y más de sesenta ahora, era una laguna intermitente, llamada precisamente “La Laguna”. Así se conoce todavía a esa zona de la ciudad, aunque ya casi no llueva.

Quien fuera que se aventurara a caminar por esas calles, se atascaba en el lodo de los charcos, y muchas veces tenía que dejar ahí sus zapatos, que quedaban hundidos. Los vehículos de motor, o sin motor, ninguno transitaba por la calle Tercera Poniente durante largas semanas, hasta que cesaban las aguas y se secaba la tierra.

En las noches sin luna, sin embargo, muchos veían cómo la figura de una mujer surcaba la laguna caminando sobre el agua y el lodo. “Se le veía toda vestida de ropa oscura, como chorreando agua, pero venía flotando a centímetros del suelo, y la vez en que yo la vi, la vi como la muerte, la cara sin carne, un rebozo y un vestido largo”, cuenta Jesús Valles, quien tenía entonces unos cinco años escasos.

“La Muerte”, como conocían algunos a este fantasma, era una aparición frecuente, que tenía un recorrido regular: surgía de la calle Tercera, con rumbo poniente, llegaba a la esquina y, después de tomar velocidad, se “clavaba” en el suelo.

Otros más aseguraban que vestía de blanco, y la identificaban como “la señora de blanco”, aunque ésta no tenía un derrotero conocido. Hubo quienes se topaban con la mujer de blanco al pie de aquel inmenso álamo que fue derribado en 1970.

“Es que esos fantasmas eran más de uno, yo creo que había por lo menos unos cuatro”, me aseguró Valles, quien nunca vio nada, pero citaba las experiencias sobrenaturales que le contó un hermano de Joaquín Reyes, quien vivía en la casa de block de aquella mera esquina.

Me acuerdo que contaban también que la “señora” sin carne en la cara, de rebozo y de vestido largo, llevaba un niño en brazos, igualmente descarnada su expresión de muerto.

“¡Hubieras estado ahí, te juro que hasta dejaba olor a muerto después de que se clavaba en el lote sin casa!”, decía el hermano de Joaquín.

Entre los mayores de la palomilla, como “El Chato”, corría la versión de que el fantasma de la Quince Poniente era la mujer que vivió ahí mismo en un cuartito solo. Parece que ella y su marido vivían de juntar y vender basura, porque siempre andaban todos mugrosos. Al cuartito que rentaban en seguida del baldío sólo llegaban en la noche a dormir, cargados de sacos pesados y voluminosos aparentemente llenos de desperdicios y que metían junto con ellos a la casa.

¡Qué raro! Los muchachos del barrio, quienes pegaban el oído a la puerta de la extraña pareja, decían que se escuchaba por las noches el llanto de un niño chiquito adentro de aquella casa. Pero lo sorprendente era que el matrimonio llegaba sin ningún niño, y era absurdo que, si hubieran tenido un bebé, lo dejaran solo durante el día. Máxime, que a veces duraban hasta una semana para regresar.

La última vez que supimos del matrimonio de ropavejeros, fue cuando llegaron en un taxi en horas de la tarde, (“carro de sitio”, los nombrábamos), bien vestidos, pero sin zapatos buenos, con cajas llenas de cosas buenas y de abundante mandado. Se bajaron con todos aquellos bultos esa tarde, pero a la mañana siguiente ya no vivía nadie en la casa de un solo cuarto.

“Fue como si se los hubiera tragado la tierra”, se dijo, porque ya nadie los volvió a ver.

Y, para engordar la leyenda, se dijo también que la vez que llegaron con viandas y con dinero, fue porque acababan de vender a su hijito a unos gringos, lo que tampoco, nunca, se pudo comprobar.