Durante diez años Rosy creyó que tenía los conocimientos suficientes, hasta que la realidad, a la que cataloga como 'un monstruo, le demostró que debía mirar hacia adelante y evolucionar
Salud Ochoa/El Diario
jueves, 06 enero 2022 | 17:28Con más de tres décadas de experiencia hospitalaria, Rosa Isela Arias Pacheco es una enfermera que no solo ha demostrado su pasión hacia la profesión, sino que ha entendido que en la vida quedarse estático no es una opción. Hay que evolucionar y eso solo lo da la preparación continua. Además, tiene claro que la enfermería debe ser un equilibrio entre la competencia y la compasión porque ninguna da resultado sin la otra y porque también, la “romantización” que se vive en las aulas respecto a la profesión, se da de topes con la realidad hospitalaria, que con pandemia o sin ella, es un campo de guerra donde hay que dar la batalla diaria contra la enfermedad y la muerte.
Rosy, como le conocen sus amigas y compañeras de trabajo, ha visto toda clase de padecimientos en 30 años de trabajo: desde la crisis por el cólera en los noventa, la rickettsiosis, la influenza y ahora la pandemia por el COVID, por mencionar algunas. Esta última, le ha dejado aprendizajes que solo personas como ella saben valorar.
“Me ha tocado la influenza, la rickettsia, el cólera, pero esto de la pandemia es algo aparte. Ha sido una experiencia extrema, de mucho trabajo, miedos, interrogantes y comprensión de lo que se va a hace. Ha sido tremendo en muchos sentidos”.
Al principio, narra, visualizó al COVID como algo lejano que no llegaría a Chihuahua, pero al tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo, puso manos a la obra para -en conjunto con compañeros y jefes- establecer protocolos de atención. A pesar, no contaban con lo que tendrían que enfrentar.
“Cuando nos avisaron de la pandemia, entre enero-febrero 2020, lo vi como algo muy lejos, me tardé en comprender lo que estaba pasando. Tuvimos varias reuniones donde nos dijeron que teníamos que hacer protocolos y me llevó como una semana reaccionar. Cuando lo hice me puse a trabajar exhaustivamente para ver áreas, forma de atención, insumos, fondos fijos, etc. Ya teníamos todo listo. El 1º de abril nos llegó la primera persona enferma y a pesar de contar con esos protocolos, la primera persona preparada me dijo: renuncio. Gente que tenía entre 15 días y 23 años de antigüedad, en un lapso de una semana nos renunciaron. Nos quedamos sin enfermeras y tuvimos que entrar nosotras. Fue tremendo recibir a los pacientes, ponerse el equipo, traer la cara marcada, no poder respirar, era una situación tremenda. Hablamos a recursos humanos para que consiguiera más enfermeras, pero nadie quería porque las que no estaban trabajando tenían miedo. Batallamos mucho. Las que nos quedamos, entre que si entro y no, que los derechos de cada quien, las supervisoras y jefaturas entraban a cubrir, incluso en fines de semana”.
Todo ello, dice, les obligó a buscar información en aras de poder atender de mejor manera a los pacientes que repentinamente rebasaron la capacidad hospitalaria.
“Tuvimos que estudiar, ver protocolos de otros lugares, porque había muchas interrogantes. Fue muy difícil desde la organización del hospital, no se diga la parte humana. Fue muy fuerte emocionalmente ver que morían y morían y morían personas así sin más. Otra cosa que nos desgastó mucho fue que no había lugar en los hospitales. Personas conocidas me hablaban preguntando si había espacio. ¿Cómo es posible que no tuviéramos esa capacidad de enfrentar el problema y resolverle a la sociedad? Eso lastimó mucho”, apunta.
Tras casi dos años de pandemia, Rosy dice que se han tenido avances en algunas cosas como el equipamiento hospitalario, sin embargo, el aprendizaje social es algo que se ha quedado atrás, lo que para el personal de salud significa un riesgo y el sentimiento de que se les ha dejado solos.
“Estamos cayendo casi en lo mismo, la estadística no miente. Los sistemas de salud ya tenemos la experiencia. Antes no teníamos ventiladores suficientes y cosas tan básicas como cubrebocas, por mencionar ejemplos. Lo público y lo privado se ha ido equipando, si estamos más preparados en ese sentido, creo que hay menos temor de entrar a las unidades a pesar de que nos contagiamos como enfermeros. Pero, también es una cuestión social, es de todos y el “no hemos aprendido” es una responsabilidad de la sociedad en general. Como personal de salud nos sentimos solos. Todavía hay gente que no cree en la enfermedad y eso es algo grave. Incluso personal de salud que no está en hospital sino en áreas de educación o administración, me han dicho que no creen. Los invitamos a que vengan a ver cómo está la situación. Nos sentimos solos porque socialmente no se ha comprendido lo que ocurre. Un turno en el hospital es una situación muy compleja. Hay compañeros que se han enfermado y no precisamente de COVID, se han deshidratado, se han debido retirar de la familia por protección y nos ha faltado ese apoyo al personal de salud, no damos abasto, no vemos el final del camino”, enfatiza.
La “romantización” de la profesión VS la realidad
La actividad de una enfermera suele verse con un sesgo romántico en el que la vocación y el querer ayudar a los demás es suficiente. Error. No lo es.
“Es un mundo de diferencia. Cuando uno sale de la escuela cree que sabe todo sabe y resulta que no es así. La escuela es muy romántica pero la realidad es un monstruo de mil cabezas, nos enfrentamos a muchas cosas. Definitivamente la práctica es indispensable en enfermería, pero cuando una empieza a ver a ese monstruo una misma dice: no sé mucho. Entonces viene la necesidad de conocimiento”.
Egresada de una escuela técnica enfermería, durante diez años Rosy creyó que tenía los conocimientos suficientes, hasta que la realidad le demostró que debía mirar hacia adelante, evolucionar.
“Después de salir de la escuela pasaron 10 años en los que creía que sabía todo. Cuando era coordinadora de enseñanza en un hospital me sentía muy bien, pero cuando la realidad me empieza a exigir, dije voy a estudiar más porque hay cosas que me faltan. Entré al nivelatorio de licenciatura y ahí me dice cuenta que no sabía muchas cosas, ni siquiera los principios de educación. Cuando salí de la licenciatura había que obtener el grado y decidí hacer una maestría en dirección y gestión empresarial. Luego se abrió una maestría en enfermería en la UACH y terminé allí. Ya estaba trabajando en la facultad, me dieron base de profesora de tiempo completo y me pidieron que hiciera el doctorado en educación. Nunca terminas de aprender, pero estos procesos te cambian de manera personal, ves la vida diferente, aprendes la importancia de cosas tan simples como escuchar, observar, comunicarse. La preparación me ha ayudado en todos los aspectos para estar auténticamente presente en la realidad. Eso es lo que le lleva a uno a estar bien y cumplir con lo que nos están pidiendo”.
Actualmente, dice, hay conflictos de intereses -quizá- entre las nuevas generaciones de enfermeras (os) quienes buscan obtener más y hacer menos, lo que va en detrimento de la profesión y en consecuencia de los pacientes.
“Estamos viviendo una transición generacional donde los nuevos enfermeros (as), no todos, pero sí los suficientes como para causar un estrago, por menos quieren más. Estamos batallando un poco en los hospitales con eso. La comunicación no se da mucho en las nuevas generaciones. Hay estudiantes que se alegran de que el maestro no vaya a clases o que no les imparta todos los temas cuando debería ser al revés. No ocurre con todos, no se puede generalizar porque hay estudiantes extraordinarios, pero la realidad es muy exigente, muy demandante y una flor no hace primavera necesitamos que muchos estudiantes salgan con las competencias que se requieren porque eso finalmente repercutirá en la atención al paciente que es lo que interesa”.
La enfermería dice Rosy, merece un equilibrio entre la competencia y la compasión porque es una profesión que requiere de mucha humanidad, pero también de conocimientos y habilidades.
“Nuestros sistemas están deshumanizados. He sido clienta de un sistema judicial, soy parte de un sistema de educación y también de un sistema de salud y se requiere humanizarlos. Pero un enfermero con toda la humanidad y compasión sin la competencia no puede hacer nada y ocurre lo mismo a la inversa. Lo complicado es encontrar el equilibrio”.
Por otra parte, la remuneración económica de una enfermera es a veces insuficiente ante el cúmulo de actividades que realiza. A lo largo de los años, no se a dado el valor necesario a quienes cada día acuden a prestar sus servicios en un hospital.
“Esto tiene que ver con la necesidad, el perfil de una enfermera, no hay una retribución suficiente, nosotros somos una profesión que nos dedicamos al cuidado y la autoridad ha subestimado esa parte. Nos ven como algo técnico en el sentido de que, lo que diga el médico hace la enfermera. Es cierto que sin los médicos no podríamos, pero también nosotros tenemos nuestra estructura, teorías, conocimiento propio, lenguaje propio, quehacer propio, la enfermera ve al ser humano de forma integral. El médico da tratamientos y la enfermera cuida, se encarga de que esos tratamientos se apliquen y cumplan. Ha faltado comprender eso por parte de las instancias y aplicarla en el tema de salarios. Somos profesionistas y debemos demostrarlo. No ir atrás del médico sino a un lado, con conocimientos y acciones sustentadas. Ha sido una batalla muy difícil, muy lenta, a veces creo que no me va a tocar ver un cambio. Hay muchas enfermeras competentes y aun así no lo hemos logrado como gremio y es como podría impactar en la parte de los sueldos”.
En México, según la OCDE hay una tasa de 2.9 enfermeras por cada 1000 habitantes, en tanto que países como Cuba, desde 2014, tenía 8. El promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es de 8.8. La carencia de profesionales de la salud, dice la entrevistada, es generalizada.
“Es una carencia mundial y México no tiene tanto problema, lo estamos viendo con Alemania que está llevándose enfermeros, igual Estados Unidos lo ha hecho durante muchos años. No cualquier persona se anima a ser enfermera, y cada vez menos. Hay una alta deserción escolar que tiene que ver con cuestiones sociales. Ingresan y pueden terminar el proceso de educación y de allí a obtener el grado, se pierden. Hay muchos factores para la falta de personal”.
La demanda de espacios educativos tanto en las escuelas técnicas de enfermería como en la Universidad, ha disminuido. La pandemia y la virtualidad son parte del problema.
“Antes de la pandemia las escuelas técnicas tenían más demanda. Hoy día durante la pandemia bajó la demanda tanto en lo técnico como en la licenciatura. La virtualidad ha hecho eso. Los estudiantes dicen: me salgo porque no estoy aprendiendo. Se necesita la práctica. Ahora lo que vemos con preocupación es precisamente eso, los que se quedan no tendrán la práctica suficiente”.
La experiencia de 30 años de trabajo y estudio continuo, le permite a Rosy Arias dar un mensaje a las nuevas generaciones que, deben estar conscientes de que el hospital
“Con pandemia o sin ella, el hospital es un campo de guerra. A quienes empiezan les diría que estén auténticamente presentes, muchos no lo están. Eso significa saber escuchar, observar, ver más allá de lo visible y en ese sentido aprovechar todo lo que se les está dando. Y si ya egresaron es comprender esa realidad, poder anclar lo que me enseñaron como enfermera, llegar a una realidad y decir esto es, esto no y qué es lo que necesito. También hay que actualizarse continuamente, eso es lo que estamos viendo con preocupación ahorita”.
Finalmente, Rosy dice que lo mejor que le ha ocurrido durante sus años de labor profesional es formar parte de los diferentes roles de la enfermería.
“La enfermería tiene cuatro roles: cuidado directo, administrativo-gestor, educación e investigación. Es muy grato estar inmersa en esos roles, es muy satisfactorio porque las cuatro vertientes tienen cosas buenas: cuidar, gestionar, organizar, enseñar, investigar. Ver el logro de todo un gremio es bonito, lograr cosas para ellas, formar enfermeras es algo muy bonito también.