.
Froilán Meza Rivera
martes, 23 mayo 2023 | 05:00Algo tenían de especial mis dos abuelas, algo en lo que no fallaban nunca, y era el don de presentir ciertos acontecimientos. Sobre todo, trágicos.
Ahora dicen que yo también heredé esa doble herencia, porque de alguna manera estuve sintonizado con ellas en las vísperas de aquel día funesto que no ha sido uno de los peores, si no el peor, de todos los días de mi vida.
Tenía yo seis años apenas, contra mis actuales treinta que he sobrellevado no sé cómo.
Y durante una gran parte de esos años, siempre tuve yo un fuerte sentimiento de culpa acerca del fin trágico de mi padre, como si los sueños, como si el presentir algo, pudieran causar el suceso que se nos prefigura en el ánimo. Ahora sé que no, pero para haber exorcizado esos demonios particulares que desde entonces me atormentaban, tuvieron que pasar muchos años, y muchas cosas.
¿Cómo fue que me sintonicé con mis abuelas en el acontecimiento que marcó mi infancia?
El sueño fue así: estaba yo sentada en la cama que compartía con mi hermanito, me colgaban las piernas de lo bajita que era, y en eso sentí las manos de mi papi que me agarraron de los hombros, como si hubiera sido posible que él llegara por ese lado y se hubiera puesto encima de aquella colchita de rayitas blancas y rosas, a mis espaldas.
Yo sentí ese cariño de sus manos como una despedida, y con ello aumentó mi angustia, porque desde hacía unos días, andaba yo muy alterada, sin aparente motivo para ello, triste, intranquila.
El recuerdo de este sueño yo lo retuve conmigo, hasta muchos años después, cuando un día se lo conté a mi mamá.
“Repítemelo”, me dijo ella, con tamaños ojotes de asombro.
Se lo repetí. No podía creer lo que estaba yo diciendo.
“Es que tu abuelita Estela tuvo el mismo sueño por esos días, antes de que muriera su hijo”. En todos los detalles era igual al mío el sueño de doña Estelita, menos en que en el suyo, ella se metía para impedir que mi padre me llevara con él... “A ella no te la vas a llevar”, demandaba la vieja, defendiendo la tierna vida de su nietecita.
Y por su parte, mi abuelita materna, Esperanza, también por esos mismos días, soñó algo que la hizo despertarse llorando: que mi papi se divorciaba de mi mami, y que él se quedaba con los niños, y nos llevaba lejos. En su sueño lloraba yo desconsolada.
Por esos mismos días de mi tristeza, soñé también que unos vampiros perseguían a toda mi familia, pero al que atacaban era a papá, a quien mordían y lo convertían en uno de ellos.
La noche anterior a su partida, padre jugó con nosotros, pero mucho más intensamente que de costumbre, y yo eso lo sentí también como una despedida.
Estaba yo conectada, unida a ese hombre, como nunca lo he estado con nadie, excepto tal vez con la hija de mis entrañas, aunque de forma diferente. Mi papá viajaba mucho, se ausentaba casi cada semana por aquellos tiempos, y siempre que se iba, si podía llevarnos a mi mamá, a mi hermanito y a mí, no dudaba en cargar con nosotros como su más preciada carga.
Pero el día de su muerte, se despidió muy temprano en la madrugada, y lo que escuché me llenó de una desazón extraña, porque mi papi estaba poniendo pretextos para que no fuéramos con él, a pesar de que mi mamá le argumentaba con verdad que no había ninguna razón para que no lo acompañáramos. Y no fuimos.
Todo, todo se conjugó en las vísperas, como anticipando lo que al final fue inevitable.