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Columna de El Diario
domingo, 07 abril 2019 | 06:01Ya es marca de la casa en ambas naciones minimizar desde el poder presidencial el grave problema que representa el lento trasiego de personas y bienes en la frontera México con los Estados Unidos. Se ve como cosa menor.
Ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni su secretario del exterior, Marcelo Ebrard, conocen ni de cerca la penuria de perder un día de trabajo por los obstáculos para cruzar a El Paso, situación de doble rostro con un empleador norteamericano que debe sustituir forzosamente a un colaborador ausente. Son miles en esta situación.
Tampoco el presidente Donald Trump ni su homólogo mexicano alcanzan a apreciar lo catastrófico que significa para el comercio y la industria de ambas naciones, el simple hecho de hacer lentos los puentes con mercancías del orden de 1.7 mil millones de dólares diarios. Ya no se diga el cierre completo de la frontera, que no ocurre desde hace 100 años.
Ni de cerca alcanzan a apreciar ambos mandatarios ni sus equipos de trabajo, en sus inaceptables escaramuzas diplomáticas, el esfuerzo de la industria de exportación mexicana por cumplir con sus compromisos internacionales de entrega de piezas o entrega de toneladas de productos perecederos, con filas de 16 o 24 horas, en épocas del “just to time”. Incomprensible. Irracional en gran medida.
La prudencia astuta pero suicida de AMLO contrasta con las amenazas continuas de Trump, que provocaron una radicalización en la regulación de la frontera sur de México, con necesarias reacciones diplomáticas de nuestros vecinos latinoamericanos, que al final arrancó del mandatario norteamericano un plazo tuitero de un año para el cierre de la frontera.
Un respiro que es artificial y queda en la retórica, porque la crisis humanitaria de los migrantes a la que nos hemos referido múltiples ocasiones, y el colapso de los puentes internacionales, particularmente en Juárez, es una realidad palpable, innegable. Ya vivimos una especie de cierre fronterizo.
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La USBP es un cuerpo de policía norteamericano creado en 1924 y que tiene como finalidad proteger la frontera de migración ilegal y contrabando. Idealmente debe resguardar la migración legal y el tránsito de bienes comerciales.
Sin embargo, siguiendo una política presidencial norteamericana actual, donde la prioridad es la seguridad sobre el comercio, los agentes han sido retirados de las garitas aduanales y de migración, para atender a los miles de migrantes que solicitan asilo político.
Por ello las filas para cruzar a pie o en vehículo pueden ser de una hasta varias horas. Hay muy poco personal y con cargas extenuantes de trabajo.
El lado mexicano ha dispuesto oficiales de Tránsito para agilizar el manejo de la crisis en la zona cercana; han sido cerradas calles por las kilométricas filas de vehículos, que llegan hasta el Centro de Ciudad Juárez. Está convertida la zona en un caos permanente.
Incluso han sido retirados los vendedores ambulantes que hacían lenta la marcha de los vehículos, provocando connatos de violencia porque se atravesaban para permitir el ingreso a filas de otros autos no formados.
El lánguido avance de los vehículos ha provocado que el Imeca haya aumentado a 27 puntos de cuatro en que se encuentra normalmente en la zona de El Chamizal, en una faceta de contaminación que tampoco se ha tomado en cuenta. Ya ni caminar durante las mañanas es posible. Es peligroso.
La otra cara de la crisis son los cientos de tractocamiones con toneladas de piezas de exportación y bienes perecederos que hacen filas de mayor tiempo para cruzar.
Los frigoríficos deben funcionar siempre y en todo momento. Hay un consumo permanente de energía y eso representa gasto, y pérdidas millonarias.
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A mitad de semana ocurrió una reunión entre el sector empresarial y personal de la Patrulla Fronteriza. El panorama no es nada alentador.
Es muy probable que se agudice la situación debido a la incesante llegada de migrantes a la frontera norte, particularmente Juárez.
Es extraño, pero no se cae en cuenta que México es uno de los más importantes socios comerciales norteamericanos, con exportaciones del orden de 346 mil millones de dólares al año y con importaciones de 265 mil.
Esos productos manufacturados exportados -que son la mayor parte- son clave para la industria automotriz norteamericana.
Las armadoras en aquel país tendrían que detener su trabajo por la simple y elemental ausencia de insumos. Dependen en algunos casos hasta del 60 por ciento de ellas.
No se diga lo que está ocurriendo con los perecederos como el aguacate, que ya empezó a escasear en las mesas norteamericanas y por ello ha tenido un incremento en el precio de hasta un 30 por ciento.
Una cuestión que de agudizarse los dejará sin tomate, pepino, calabaza, mango, melón o chile. Y viceversa, el colapso podría extenderse también de allá para acá. Somos el tercer mayor mercado de cerdo y lácteos norteamericanos.
Por ello muchos titulares de medios de comunicación en los Estados Unidos se han referido a la situación como catastrófica.
Tienen razón. Las consecuencias se extenderán mucho más allá de las fronteras de México y los Estados Unidos.
Es un problema que concierne incluso no sólo a las entidades fronterizas como Chihuahua o Texas, que en principio son las más afectadas, sino a la totalidad de ambos países.
La problemática alcanza sin duda a la ciudad de Chihuahua, la capital del estado, y algunas partes del centro y sur, no sólo por el desfile de gente y vehículos a los grandes centros comerciales paseños, sino por la maquiladora que debe conducir sus mercancías por los cruces juarenses.
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Si el simple retardo en la atención del despacho aduanero y la atención a migrantes legales en los puntos fronterizos, como ya vimos, genera desorden, el cierre total de la frontera, aun cuando sea por 24 horas es una chifladura.
Conocemos por la historia que el último caso se presentó en enero de 1917, motivado por las inspecciones denigrantes a trabajadores mexicanos, que incluían desinfección con queroseno, un líquido altamente inflamable.
Una juarense valiente, muy joven, Carmelita Torres, se negó a someterse a dicha práctica, ya que días antes unos detenidos habían muerto calcinados cuando se incendió la sustancia.
El ejemplo de Carmelita generó una manifestación generalizada de los trabajadores migrantes, por lo cual el gobierno norteamericano decidió cerrar la frontera.
Hoy una medida similar sería inimaginable.
Por ello tal vez Marcelo Ebrard tiene razón cuando afirma que no cree que se vaya a cerrar la frontera. Nadie en su sano juicio podría hacerlo.
A menos que tuviera por mayor valor la seguridad que el comercio, afirmación que escuchamos en una expresión de falsa sinceridad del presidente Trump.
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Es ineludible tratar también la tímida presencia de algunos sectores empresariales de exportación.
Hay reacciones aisladas con declaraciones en prensa, pero hasta ahí. No existe una presión real del sector manufacturero hacia los gobiernos tanto de México como de Estados Unidos.
Han sido prudentes hasta el extremo estirando la liga; por ejemplo, exploran transportar por avión las mercancías, aun a costa de un aumento en los costos.
Juegan con los inventarios de sus clientes, incluso adelantando filas en Santa Teresa u otros puntos, con el fin de tomar los retrasos como parte de la logística de operaciones.
Pero juegan con fuego, y lo saben. Hay un estrangulamiento permanente en los cruces fronterizos que terminará por asfixiar la exportación, mientras Trump y López juegan a las vencidas, apostando más fuerte que en Las Vegas, sin pensar en más interés que el propio.