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La Columna de El Diario
domingo, 03 marzo 2019 | 02:15Javier Corral llega a la mitad justa de su gobierno en medio de un torbellino político y de seguridad, con carencias derivadas de una deuda pública que ahorca a la administración, un equipo que no le alcanza el paso... y frente a sí, un nuevo régimen federal más centralista que el anterior, con un formidable apoyo popular, pero que enfrenta sus propios demonios, tanto en el gobierno nacional como en el partido base Morena.
No podemos menos que pensar en una jugada de alta escuela, una travesura que es una obra de arte maquiavélica, la visita del presidente empalmada con el informe del gobernador, situación que de manera irremediable lanza multitud de mensajes.
Hay un informe de Corral, -el segundo pero a los dos años y medio de gobierno-, rendido ante la clase política, social y económica, en el espacioso y cómodo Centro de Convenciones, y por el otro, la segunda visita presidencial de López Obrador en la misma capital del estado, con un evento masivo, popular, sudor de por medio, en la Plaza del Ángel, frente a Palacio de Gobierno, para entregar simbólicamente las primeras tarjetas de su programa emblema.
Con las debidas precauciones y consideraciones, los eventos se convirtieron en un termómetro. A ambos acudieron sus bases militantes y simpatizantes, para demostrar poder de convocatoria, sustentar sus proyectos y defender sus puntos de vista políticos, diametralmente opuestos.
López Obrador evadió acudir personalmente al informe del gobernador, cuando pudo asistir, o bien enviar a uno de sus principales secretarios, y en su lugar mandó a un funcionario de tercer nivel, a la subsecretaria Ariadna Montiel, particularmente conocida porque fue su coordinadora de campaña en Chihuahua y ejecutora del virtual deceso del programa de estancias infantiles.
Tampoco podemos dejar de ser puntuales en el pequeño detalle: fue Ariadna quien debió soportar la andanada de críticas al nuevo régimen espetados por el gobernador; pero, unas horas después, fue Corral, quien tuvo que tragar bolitas con un mensaje presidencial emitido con “todo respeto”, que coloca en claro que el nuevo régimen recobra todas las facultades del priato y más allá.
El juego de las vencidas de carácter político coloca en desventaja clara al gobernador de Chihuahua, con el ingrediente de que mientras López crece en popularidad, la suya se mantiene en un bajo nivel, con los diversos y múltiples problemas que implica gobernar en un entorno complejo, pisando ya el tercer año de una peculiar como tormentosa administración quinquenal.
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Vayamos primero al viernes. Se nota en el discurso del jefe del Ejecutivo estatal un esfuerzo de cordialidad y política. Pero la disputa ha sido agria y permanente con la nueva administración federal.
En sus apuntes agradece la asistencia de Ariadna Montiel y Juan Carlos Loera, la primera subsecretaria del Bienestar; el segundo, delegado federal de Programas. Por cortesía elemental se refiere también al subsecretario de Minería que tiene a Chihuahua como asiento de sus oficinas.
Pero más adelante, en el discurso político, se ve forzado a tocar el tema, buscando lo más posible usar: “No vine a hacer el triste papel de un gobernador sometido o silenciado por el poder central. Si no lo hicimos ayer frente a la persecución del régimen corrupto, no lo haremos hoy frente al nuevo régimen, por más popular y legítimo que sea”.
Luego refresca la memoria de los asistentes, entre quienes se encontraban los gobernadores de Michoacán y Durango, Silvano Aureoles y “Pepe” Rosas, acerca de la controversia constitucional por los recursos del Fondo Minero.
De 32 invitaciones enviadas a los ejecutivos estatales, sólo dos tuvieron respuesta. Así ha quedado su poder de convocatoria tras esos dos años y medio de controversias, polémicas, acusaciones, persecuciones... falta palmaria de trabajo.
A discreción, estuvo Fernando Baeza, el exgobernador, prueba palpable de una alianza que se extiende hasta el sobrino, quien ausente se sintió presente de manera indudable.
No tocó el asunto el mandatario estatal, pero en la imagen colectiva rondaba la Guardia Nacional y las claras diferencias en el tema con la Federación; tampoco se tocó directamente pero ahí flotaron en el ambiente las estancias infantiles; también la cuestión de la sociedad civil organizada; el famoso grupo plural de contrapeso. Son demasiadas las variables en disputa. Muchas las trincheras abiertas.
De ahí en más, números y acciones. La inversión histórica para la niñez y juventud, con 26 mil apoyos; las 16 mil pensiones para adultos; los 64 millones para reducir colegiatura en la UACH; el apoyo a la pequeña y mediana empresa por 259 millones; los 4 mil 800 millones en obra pública.
Luego el argumento, la justificación: la deuda tiene ahorcadas las finanzas estatales. En los últimos dos años se han pagado 13 mil millones de pesos, y la promesa de invertir el recurso que genere la complicada reestructura en acciones directas de beneficio para las áreas más desprotegidas del territorio estatal.
Dejó tendida su confianza en traer al prófugo de la justicia -como llamó a Duarte- dada “la buena disposición” del fiscal general, Alejandro Gertz como de Marcelo Ebrard el secretario de Relaciones Exteriores.
El aplauso a la Federación con la coordinación en seguridad, la nueva relación con el Ejército, el descenso en la estadística violenta en algunos rubros.
Muchos números, muchos datos. Una intervención de los secretarios que los mostró de carne y hueso, con sus oportunidades y debilidades.
Víctor Quintana abrió boca: seguro, pausado, pero no termina de vender, incómodo; Alejandra de la Vega sin salirse del script; discurso plano, sin emoción. Le siguió Gustavo Elizondo, chocheando, lento, muy lento, hablando de honestidad con una cola muy larga. El fiscal César Peniche, rompió cartabón, como en concurso de oratoria y luego se apagó. Finalmente, Stefany Olmos, nerviosa, muy nerviosa. El escenario los aplastó.
El ensayo de los secretarios en el informe no fue muy afortunado, generó pausas que se hicieron tediosas. Un formato que habrá que valorar, y que el gobernador, en una autocrítica personal que compartió con Pancho Barrio, ahí mismo cuestionó por su alargamiento innecesario. Largos choros aburridores para los invitados, supuestos estrellas del evento.
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Ayer, el presidente Andrés Manuel rompió plaza. Miles de personas lo vitorearon y abuchearon a Corral, sentado incómodamente a dos sillas de su compadre el senador, Cruz Pérez Cuellar y de Ariadna Montiel, que ahora sonreían.
Con todo respeto -y hay que reconocer también un esfuerzo por ser políticamente correcto en el discurso- juega rudo AMLO, empezando por el presídium y siguiendo con su discurso. Ahora no hubo ternuritas.
Insistió en su política de apoyo directo a los ciudadanos, sin intermediarios, fortaleciendo programas, no desapareciéndolos ni debilitándolos: se van a apoyar las estancias, se van a apoyar los municipios mineros, habrá recursos para todo... pero en persona.
Al gobernador lo saludó en el aeropuerto, y lo despidió sobre la tarima en el Ángel. Hábil, viejo lobo de mar llegado a la meta tras mil guerras.
Una semana difícil y compleja no sólo para el gobernador, sino también para el principal operador de Andrés Manuel, Juan Carlos Loera, que tuvo que lidiar con un incómodo pleito doméstico que lo tiene en el fondo del abismo. Mismos males que el gobernador: la muerte anunciada del director administrativo de Policía de Cuauhtémoc, ocurrida con matices de apatía y desinterés.
Ambos personajes con esfuerzos intermedios de negociación que provocaron civilidad en su informe en el Congreso, pero que sólo fueron preludio de un viernes intenso -que incluyó caminata con chaleco antibalas del gobernador- y un sábado verdaderamente difícil.
Panorama de tensión en el cual sacan la mayor tajada los alcaldes de Juárez, Chihuahua y Parral, Maru Campos, Armando Cabada y Alfredo Lozoya, que se placearon a lo lindo en toda oportunidad, sin rasguño alguno.
A su alrededor todos los actores políticos sufrieron desgaste, aunque fuera el simple viaje por línea comercial y la fraternal llamada de atención de nuevo a las huestes chairas que no se acostumbran a la civilidad política de un régimen de diplomacia dura.