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Opinion

Culiacán: ni reír, ni llorar, sino comprender

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Jaime García Chávez

domingo, 20 octubre 2019 | 05:00

Como ha sucedido con las palabras vertidas por hombres y mujeres notables, al filósofo Baruch de Spinoza se le atribuye en diversas versiones la muy famosa frase “ni reír, ni llorar, sino comprender”. El autor no la acuñó así en ninguna de sus obras notables que registra la historia del pensamiento; en especial no figura en su Ética demostrada según el orden geométrico, sino en una carta que refiere un momento de inminente crisis militar y que luego, varios siglos después, la popularizó León Trotsky, convirtiéndola en moneda de curso corriente para realizar análisis de coyunturas que se prestan a confusión. Podemos decir incluso que esta frase, de tanto circular, ha desgastado sus caracteres. 

En este momento, y teniendo como referencia los sucesos de confrontación entre el crimen organizado y las fuerzas armadas, pero sobre todo lo acontecido en Culiacán hace unos días, desató una controversia de dimensiones nacionales con narrativas diversas que, si hubiese oportunidad de sintetizarlas, constituyen el más pertinaz cuestionamiento del gobierno de la Cuatroté, cuando ni siquiera cumple un año de instalado formalmente. 

Las tres categorías que se contienen en la frase spinoziana las podemos tomar por separado para intentar un mosaico de eso que llaman “el humor social”, que voluble y todo lo que se quiera, podría estar expresando una crisis largamente larvada en torno al problema esencial de la seguridad y la recuperación de una paz que cada día se ve más lejana:

Ni reír

Aquí encuadro la inocultable felicidad que muestran los que le han apostado al fracaso del gobierno de López Obrador, denominado por él como “gobierno de México”, aunque sólo sea el de orden federal y la representación con el mundo exterior. No reír en este caso es regodearse con la frase “se los dije, este gobierno ha fracasado”. Y así podríamos hablar de un estado de ánimo en el que franjas amplias de la sociedad se solazan y se frotan las manos porque lo que iba mal ha continuado mal y esperan que termine mal. Es una felicidad sin propósito que le apuesta al derrumbe antes que a la corrección de la hoja de ruta, que no ven por ninguna parte los que sólo alcanzan a burlarse y porfían en el tiempo para que su revancha se vea coronada con un “éxito” restauratorio del viejo orden. 

Pero también ríen los partidarios de la Cuatroté, los que no admiten que ya instalado este gobierno tiene responsabilidades públicas ineludibles, y que si bien el grave problema de la inseguridad no se creó en un día y, por ende, tampoco se resolverá en un día, creen candorosamente en un discurso infantil de que basta apelar a la buena voluntad y sentimientos de los delincuentes para que todo empiece a tornarse diferente y en vías de una solución. Son los que ríen pensando que al Estado lo sustituirán unas madres queridas por sus hijos desobedientes bajo la filosofía que se desprende de El brindis del bohemio; los que, sin rubor alguno, aplauden el “fúchila” y el “guácala” sin un ápice crítico de lo que debe ser un discurso de Estado frente a un grave problema nacional e internacional que envuelve a México y nubla su futuro. Todos estos deberían comprender que la risa es para otra cosa y que no cabe como actitud social en este momento.

Ni llorar

Y si tanto reír como llorar es tomar una posición, esta última no puede convertirse en la actitud de que con llanto y lágrimas muestra que estamos perdidos y que nada podemos hacer contra una fuerza que parece irrefrenable, cual es el crimen organizado. No estamos contra el duelo, ni contra todo tipo de lágrimas, lo que cuestionamos es la actitud interesada que propicia la impotencia, que da por perdida la batalla y que genera inmovilismo, arrinconamiento y condena a la derrota. Algunas de estas lágrimas, desgraciadamente, también se ubican en sectores populares que han encontrado, paradójicamente, alternativas de vida en las actividades delictivas porque ni el gobierno ni el Estado ni el modelo económico les han brindado una vía de solución para el encuentro de los satisfactores que propenden a una vida ya no digamos con dignidad, sino simplemente para paliar las necesidades urgentes.

Hay quienes lloran la desgracia de los narcos, aunque nos parezca detestable. Pero esas lágrimas no deben paralizar a la autoridad que tiene obligaciones públicas y que acaba de reconfigurar a toda una Guardia Nacional, que ha empezado dando tumbos. En todo caso me quedo con la sugerencia del filósofo de “Ni llorar”.

Sino comprender

Es necesario un proceso de conocimiento profundo y social de lo que le pasa a México en esta materia. Sin comprender nuestra realidad jamás vamos a transformarla. Es un problema complejo porque implica decisiones de Estado y gobierno frente a las cuales todos pueden tener una visión que a su vez puede ser antagónica. Pero hay obligaciones de derecho público, establecidas por la Constitución y sus leyes y que corren a cargo de quienes están al frente del Estado. Por decirlo de alguna manera, idealmente ellos no tienen para dónde hacerse, la ley les dice qué y les marca límites, les proporciona herramientas y les proscribe comportamientos. 

El gobierno de López Obrador ha de comprender que no basta un lenguaje simplista, una visión estrecha que encuentra su antídoto más fuerte en la burla social a sus expresiones, en clara referencia al llamado a “portarse bien”, a “no ser el dolor de cabeza de las madres” y a convocar al vómito, porque los delincuentes no se van a conmover en lo más mínimo. Es más, pienso que el gobierno, de acuerdo a vieja conseja, debe poner a sus palabras el sello del silencio y al silencio el sello de la oportunidad. 

Que los hechos hablen, que se le inviertan más horas a la planeación, a la estrategia, para derrotar a los delincuentes, que se comprenda que las fuerzas armadas son superiores –y deben ser superiores– frente a una delincuencia que está destruyendo al país. México quiere ver al presidente fuera de su proyecto de poder, que deje la campaña, que gobierne. Más que en la tribuna, queremos que esté en el cuarto y en las mesas de mapas y que de tarde en tarde presente resultados, que demuestre que realmente hay un momento de inflexión. 

Para nadie es desconocido que hay malestares grandes entre las fuerzas armadas, que Durazo no fue la mejor opción para el cargo que ocupa y que ya está generando demasiados dolores de cabeza su ineptitud. 

Los opositores deben comprender que fue válido y, si se quiere, hasta legítimo odiar a López Obrador durante el proceso electoral, pero que ahora deshonra apostarle a su colapso. Porque quien no comprende que ese colapso es una desgracia verdaderamente histórica para el país entero, tendrá que tragarse sus lágrimas y sus risas. 

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