Opinion

De identidad, símbolos, fútbol y minorías

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Gerardo Rodríguez Jiménez

domingo, 17 septiembre 2023 | 05:00

“Los héroes y líderes de una época, se pueden viciar y convertir en los opresores de otra”

¡Viva México… y felices fiestas! Adquirí mi identidad nacional poco a poco en la primaria, donde, por ser alto para mi edad y aplicado, me escogieron para ser parte de la escolta que cargaba la bandera en todas las ceremonias oficiales de las mañanas. Me gustaba vestir el bonito uniforme de gala azul marino con botones blancos en los eventos especiales, con su gorro de plato como la nieve. Recuerdo sentir una sensación de pertenencia y orgullo especiales en mi comunidad escolar.  

Como parte de la generación equis, todavía recuerdo las simbólicas portadas los libros de texto. Una muy reconocida presentaba la imagen de una mujer morena de vestido, blanco tomando un bastón, junto a los símbolos de la bandera y el águila dorada. En otra, si no me falla la memoria, recuerdo la imagen del cura Miguel Hidalgo y Costilla, de obvia apariencia española por su particular calvicie. 

Ya en secundaria adquirí mi gusto por el balompié internacional, incluyendo a la selección mexicana, que siempre me ha defraudado, pero que nunca voy a abandonar; como miles y miles de seguidores que, desde los mundiales del 70 y del 86 en México. Siguen a su selecta apasionadamente con la ilusión de que algún día ganen un mundial. Especialmente me gusta la rivalidad de los partidos entre México y EU. 

Años después, fue a través de la educación universitaria cuando, poco a poco, comencé a deconstruir mi ignorancia y mis prejuicios adquiridos, comprendiendo que la identidad nacional va mucho más allá de un adoctrinamiento interno promovido por la élite y el estado. La cultura, la religión, y el sentido de pertenencia son importantes todavía para mí, pero, ahora como periodista, considero la concientización humana y la educación herramientas mucho más importantes para trascender como ser humano. Mi sentido de patriotismo ha cambiado. Ahora radica en defender la evolución de la justicia y los valores democráticos constitucionales, como la distribución entre los tres poderes gubernamentales: Legislativo, Ejecutivo y Judicial; porque las guerras, las dictaduras y las aristocracias del pasado, así como las concentraciones del poder homogéneas, considero, son un retroceso para el avance y el progreso de cualquier país. 

Desde una óptica crítica, la histórica rivalidad entre los Estados Unidos y México va mucho más allá de ser solo una competencia deportiva. En ella, se manifiestan resentimientos históricos desatados por el expansionismo estadounidense que terminó por adueñarse de más de la mitad del territorio mexicano de la colonia.

Debido a su autoexilio en busca de mejores oportunidades, los repatriados que viven en Texas, California, Chicago, Nueva York etc., demuestran mucho más amor por su bandera que los fans que radican en el mismo país azteca, a pesar de que algunos de ellos no hablen ya bien el español cuando los entrevistan en la tele. Este fenómeno se traspasa a otros deportes en los que México destaca más, como el box, y recientemente en la Fórmula 1, lo que, para los patrocinadores siempre es un gran negocio, especialmente en los Estados Unidos. Las funciones en Las Vegas en el mes de septiembre siempre están repletas. Así podemos transmitir este sentimiento a la gastronomía, y a otros aspectos culturales que nos identifican.

Al principio del siglo dieciocho, los mártires y héroes nacionales les sirvieron a los nuevos gobiernos independientes para desarrollar identidades y narrativas nacionalistas; mismo punto que recientemente ha desatado controversias pedagógicas para quienes acusan al partido de Morena de tratar de controlar la narrativa política de los últimos años a través de los libros de texto gratuitos, con motivaciones ideológicas y sin el rigor científico adecuado. 

La historia nos demuestra que los dictadores absolutos son cosa del pasado, y sería un grave error permitir que algún grupo hambriento de poder tome el control total de un país, o en su caso también, de un estado o municipio, por bien intencionados que parezcan.

En estas fechas, los símbolos patrios: la bandera, la campana, la imagen de la Virgen de Guadalupe, la imagen del célebre sacerdote criollo Miguel Hidalgo, son utilizados fervorosamente en el discurso nacional por todos los gobernantes que intentan solidificar y justificar su poder ante el pueblo, aunque pertenezcan a corrientes diferentes. El ritual, se supone, reproduce el llamado a las armas de 1810 que marcó el inicio de la independencia. Pero no fue un triunfo democrático inmediato para el pueblo, la monarquía continuó en el poder. Los que encabezaron el movimiento original fueron aprehendidos, decapitados o fusilados, y sus cabezas fueron exhibidas frente al edificio de la Alhóndiga. Años después, la imagen del cura Hidalgo llegó a establecerse como un símbolo de rebeldía revolucionaria frente las injusticias de los españoles hacia los indios y las clases menos afortunadas, pero la verdad es que la independencia de España llegó hasta diez años después, en 1821, no en 1810 como marcan algunos libros de texto, y España no reconoció a México como nación libre y soberana hasta el 28 de diciembre de 1836. Además, las negociaciones se dieron finalmente a través de acuerdos con la aristocracia establecida, sin violencia ni sangre. El ejército insurgente terminó negociando con el virrey Juan O’Donojú hasta que los líderes de bandos opuestos, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, finalmente llegaron a un acuerdo dando fin al conflicto e impulsando el nacimiento a una nueva nación. Desde entonces, los mártires y héroes nacionales como Hidalgo han sido promovidos para desarrollar una narrativa nacionalista que a la fecha se enseña a los niños en las clases de historia como un hecho histórico, siendo en parte un mito que le permitía al pueblo soñar con tiempos más justos.

La tradición del grito no se estableció hasta muchos años más tarde durante la dictadura de Porfirio Díaz Ordaz, quien cumplía años el 15 septiembre, y que celebraba una enorme recepción y cena por la noche en el Palacio Nacional, en donde se reunía la aristocracia, que nunca abandonó el país, y toda la gente de sociedad de alto nivel económico de la Ciudad de México, mientras tanto, la gente menos acaudalada se reunía en el Zócalo para disfrutar de una gran fiesta con fuegos artificiales. No han cambiado mucho las cosas en cuanto a los símbolos y rituales que utilizan los gobernantes para conservarse en el poder. 

En los siguientes años, la aristocracia criolla nacional, impulsores de la independencia mexicana, tomaron el poder por un tiempo, no sin resistencia. El sistema imperial fue remplazado por una nueva elite de presidentes elegidos que gobernaron hasta que, décadas después de muchas tensiones y conflictos políticos, llegó al poder un legendario personaje militar, quien estabilizó al país, llegando a convertirse en un dictador absoluto, héroe y villano: Don Porfirio Díaz, siendo presidente en dos ocasiones y gobernando durante 31 años. Díaz, a su vez fue derrocado por la revolución mexicana, que derivó en el constitucionalismo de 1933, donde la reforma finalmente prohibió la reelección de un presidente. Con ello llegó el PRI al poder, y su régimen antidemocrático, que dominó la política del país durante 71 largos años. 

El patriotismo, como todo, tiene aspectos positivos y negativos. Héroes y villanos. Mitos y realidades. La institucionalización de la identidad nacional, el amor a la patria y a sus tradiciones nos identifican y son únicas, pero al mismo tiempo nos pueden también separar de otras personas con diferentes nacionalidades o ideas políticas.

Para la clase política, la nueva aristocracia, darle pan y circo al pueblo, como en su tiempo lo hacía el poderoso imperio romano, es una manera de afianzarse al poder. Para mí, ahora en mi etapa de madurez, si hay algo que celebrar en el mes patrio de México, es la reciente democratización real del país, que, despues de siglos de lucha, solo se ha logrado a través del crecimiento de la democracia, el sacrificio, esfuerzo y trabajo de muchos ancestros que en el día a día trabajaron para que el poder absoluto, que tanto ha saqueado a México desde tiempos coloniales, no se multiplique. 

Según encuestas recientes del PEW la percepción por la democracia en México ha mejorado sustancialmente en los últimos años. Algo inédito que se tiene que aprovechar, es tiempo de afianzar en el gobierno de México a aquellos líderes que defiendan la Constitución y leyes, no aquellos que ataquen otras ramas del gobierno por razones ideológicas. Sería un grave error permitir que un pequeño grupo radical hambriento de poder vuelva a tomar el control total de un país, o en su caso de un estado o municipio. Para que esto no suceda, todos tenemos que seguir vigilantes, porque los héroes y líderes de una época, se pueden viciar y convertir en los opresores de otra

La popularidad actual del ya histórico presidente mexicano no debiera ser empañada por sus diferencias con la Suprema Corte. Eso no dura. Lo que sería trascendental es dejar por primera vez que un presidente deje un legado de democracia fortalecida también en la estructura judicial. Hay que exigir mejoras, pero también hay que dejar que los jueces se regulen a sí mismos, para que las nuevas generaciones sigan participando en la reingeniería social del país, y en beneficio de todos los gobernados, no solo de un grupo mayoritario. Las minorías también importan. 

Jerry79912@yahoo.com