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Daniel García Monroy
domingo, 09 enero 2022 | 05:00Como un enorme sube y baja si fuéramos tímidos niños, o como una temible montaña rusa para adultos temerarios, la pandemia del Covid19 se ha instalado en nuestro acontecer mundial para sobresaltarnos cíclicamente. Del original SARS-CoV-2, al amenazante Delta y ahora al contagioso Omicrón, las olas de mutantes virus nos mantienen al borde de un ataque de nervios.
El vértigo de la primera pandemia global del siglo XXI, ya es parte de nuestra vida cotidiana. Hemos aprendido como humanidad más cosas de las epidemias de lo que jamás alguien pudo imaginar. Su existencia como enfermedad expansiva ha generado una nueva normalidad. Nadie puede vivir ya sin el factor Covid como esencial elemento que dicta ahora las normas de una restrictiva y cauta convivencia. Nos ha enmascarado la cara. Nos ha prohibido el saludo de mano, los besos, los abrazos. Nos ha alejado de nuestros semejantes. Nos ha impedido acudir al trabajo o la escuela. Nos ha aislado con el quédate en casa. Nadie puede ya proyectar acción alguna sin pensar primero en el virus asesino de más de 300 mil mexicanos.
Hemos asumido la responsabilidad de compartir nuestra existencia con este desgraciado bicho. La científica epidemiologia prevé que el infame parásito no se va ir; no desaparecerá por arte de magia, rezo o sortilegio alguno. Llegó para quedarse y más vale que reconozcamos el derecho de alojamiento que ha adquirido en nuestro menú de males imperecederos.
Si el Covid19 llegó para quedarse ¿Qué nos queda hacer como sociedad? Primero revisar nuestra forma de aceptarlo. Hay quienes apelan al “valemadrismo”. --Si de algo nos tenemos que morir, qué más da que el fin se llame cáncer, diabetes o covid--. El problema aquí es que se trata de una enfermedad CONTAGIOSA. No producida por malos hábitos personales o deficiencias orgánicas hereditarias. No nada que ver. Se trata de una enfermedad mortal para muchos, que se distribuye en comunidad por el contacto cercano con lo que expelen las bocas y las narices de los cuerpos infectados. Oh, pequeña pero gran diferencia. Por eso evadir el contagio debe ser parte irrestricta de nuestra conducta diaria.
Pero ese impedir la infección no debe estar basada en la capacidad física que cada quien crea tener para resistirla y superarla, sino en la incapacidad del otro que puede ser contagiado. Empatía retroactiva. Eh ahí la trascendental diferencia contra las enfermedades no contagiosas. El “quid” del problema Covid, no es la confianza en que a uno no le pasará nada si se contamina, sino lo qué la pasará al otro semejante disminuido en sus defensas si yo le comparto el virus que cargo, por mi insana negligencia de no usar una simple mascarilla. Recordar a los ceros positivos del Sida es más que pertinente para comprender el actual riesgo. --El tapabocas como condón, pues--.
Peor aún si soy partidario de no aceptar la brutal realidad como creyente de una conspiración, que nos quiere meter un chip a través de una vacuna. Bien por esos amantes del “complot-mongol”, respetados deben ser. La mayoría de estos individuos e individuas tienen en su cuerpo más de cinco vacunas; contra la polio, la difteria, la tuberculosis, etc. y por eso no han enfermado de esos males, pero seamos compasivos y tolerantes con la ignorancia de sus miedos. --Cada quien carga sus personales sicosis, diría el gran maestro Sigmund Freud--. Pero que estas personas no entiendan que pueden ser portadoras contagiantes-esparcidores del daño a otros seres humanos es lo que no se puede permitir. Es la intervención ineludible que desde el Estado-Gobierno se debe ejecutar, sin siquiera el peso de la fuerza punitiva, sino nada más estableciendo, por ejemplo, el comprobante de vacuna como requisito de entrada a cuanto centro de contacto social exista. Así como el cubrebocas, así como la revisión de temperatura, nada más pero nada menos, sólo un requisito más. Al tiempo.
Pero en México también ocurre un fenómeno más que interesante: la guerra interna de los mass-media contra el ejecutivo federal. El irremediable conflicto creado por el recorte al presupuesto para publicidad en medios, causa es de que toda la información que se genera diariamente desde Palacio Nacional, sea inadvertida o contrarrestada. Con las opiniones de la comentocracia como vanguardia de confrontación para criticar en automático toda acción gubernamental. Cualquier movimiento hecho hasta ahora en materia de salud pública está mal, deciden sus detractores.
Sin embargo, en materia de la pandemia, la permanente oposición comunicacional es muy posible que haya sido benéfica para todos los mexicanos. Si López Obrador no usa cubrebocas, malo, malísimo, y los críticos fomentan el uso del impermeable necesario. Excelente. Si el gobierno aduce que no hay que preocuparse por Delta, Omicrón o el virus que venga, la oposición mediática genera el miedo social útil para seguir cuidándonos. Extraordinario. Se puede no estar de acuerdo con mucha crítica visceral bastante absurda, pero la guerra periodística contra la 4T, tal vez sin quererlo, está produciendo el necesario temor para que la conducta pública en materia de salud preventiva mantenga un equilibrio entre la confianza del no pasa nada, y la desconfianza para cuidarnos en comunidad contra un gobierno irresponsable, que nos quiere enfermar y matar a todos. Vaya pues, la única oposición real al presidente mexicano más popular de la historia (los partidos políticos son actualmente discapacitados que merecen teletones) haciendo el trabajo para que el vértigo de la pandemia pueda ser controlado y superado con eficiencia en todo el país. Que así sea y siga siendo.