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Francisco Flores Legarda
lunes, 18 septiembre 2023 | 05:00“Los países son una ilusión.
Nuestra única patria real es la Tierra.
Si no estamos unidos, no somos.”
Jodorowsky
En el fragor de de las próximas batallas electorales han surgido como un argumento típicamente idealista que, tal y como es de esperar por el contexto al que pertenece, nace conscientemente distorsionado (o, en el peor de los casos, malentendido inconscientemente) por parte de sus creadores, los partidos políticos: la construcción y la defensa de la patria (la cual es definida en valores y alcance por la visión subjetiva y egotista de cada uno). ¿Qué patria y festejo nos dan los políticos? Fiesta, circo y baile.
Solo escuchar el sonido y recibir la reverberación de todos los significados y usos que ha tenido "la patria" en su larga trayectoria histórica nos empuja a ser algo más que testigos de nuestro tiempo, más bien nos coloca ante el deber de reconocer como falacia el argumento de quienes tratan de convencernos de que ante nuestra realidad social y ante las elecciones, capitaneada por políticos que no conocen qué son las Fiestas Patrias, aunque tiernamente intrépidos. Sin embargo, no queda claro en sus explicaciones, por ninguno de ellos, cuál es el destino o la meta prescrita, ni las consecuencias esperables de alcanzar ese lugar inexacto todavía para fijarlo en un mapa racional.
Todo más bien queda reducido al relinchar extenuante que surge al toparse con la adversidad, lo que merece una reflexión porque de lo adverso el fruto es casi siempre extraño. ¿Conocen a quienes nos dieron patria? Las elecciones no es hacer patria, es una burla para nosotros los ciudadanos una falta de respeto al pueblo, quienes obtuvimos una pequeña luz, la cual nos fue arrebatada.
Entonces, ¿existe en verdad una "patria", “una independencia”? ¿Es esta en sí la representación de un alto ideal que roza el espacio de lo utópico o, por el contrario, es un ideal práctico, bajo y alcanzable hasta por el discurso más mediocre? En suma, ¿es toda la algarabía que rodea su resucitación un engaño vulgar y recurrente para forzar a que nos dejemos llevar por el resentimiento hacia los otros?
Los festejos a la independencia se han convertido en una convención cultural admitir una equivalencia semántica a la hora de transmitir que Nación = Estado = Patria. Pero solamente es una convención o regla para que sea posteriormente trasgredida por cada parte interesada en sacar una ventaja, entrando en el pasaje del sesgo ideológico para apropiarse de sus fronteras, aislarlas y jugar sentimentalmente con el núcleo de sus significados. Es lo que se denomina en comunicación política la construcción y transmisión de un relato, una historia que sea más épica que dramática, más de mensajes y consignas sacralizadas que de un análisis crítico etnológico o psicológico, siempre con el fin de imantar las identidades sociales dentro de los intereses de una clase o de un grupo (movilizando a los adeptos frente a un adversario difuso pero a la vez extendido por todas partes para que pueda ser reconocido con facilidad, aunque sea arquetípicamente, independencia dinamitada por los políticos).
A partir de estas mentalidades se ordena el sentido de patria: la tierra donde se nace, primero, y, después, el Estado social al que cada uno queda ligado por vínculos jurídicos e históricos. Por último, caminando con ligereza, casi de lado, se distingue de los otros el atractivo vínculo afectivo, una simpatía insólita que escapa a la lógica racional y que solamente puede explicarse por el sentimiento extático de sentir gratitud por hechos heroicos, por la percepción de que hay presente una actitud artística o moral que es propiciada directamente por ese lugar, al que pertenecemos casualmente, para el goce de nuestra propia existencia.
Un lugar vivido por personas que se conceden entre sí el mismo origen y destino, enmarcándolos dentro de la idea de orgullo que no es otra cosa que la forma de aceptar la vida y también de aceptar la muerte.
Un gran número de mexicanos somos presa fácil de la codicia, de la tacañería de de la venganza, por nuestos políticos falaces, pero si nos encontramos en una incertidumbre indefinible, se ve abocado a deliberar si lo indicado es hacerse amigo a la fuerza de sus peores enemigos o de pasar a ser adversario casual de quien no debería serlo.
El pueblo que no encuentra su patria en ninguna de las descripciones con las que los líderes políticos de esta época se deleitan (adalides sin escrúpulos para traicionarse si la situación lo exigiera, volubles hasta la insensatez hasta que al fin creen acertar con sus propuestas y mensajes aplicando como máxima aquella de que "lo correcto será únicamente aquello que me hace ganar más o ser más fuerte") se encuentra extremadamente agobiado porque es consciente de que la ruina del país en el que vive no está lejos, y como cualquier ciudadano comprometido aspira a disfrutar del máximo esplendor que una sociedad como la mexicana sería capaz de construir para sí.
La perturbación del pueblo de manera inconsciente sin patria es descubrir que la pura inocencia ha quedado sepultada, y que cualquier interpretación simple y literal de lo que debe ser una política que desea estar orientada hacia el igualitarismo no es creída por nadie. Los mexicanos recibimos pan y circo. Donde quedaron los valores patrios.
Los políticos ven al pueblo como “votantes” sin patria no tendrán dilemas morales para movilizarse y defender este edificio con olor a quemado y cuyo suelo cede cuando uno camina por su pasillo central al encuentro de su altar.
Por lo tanto, no es neutral, al contrario, pues expresa bien a las claras su rotundo "no" como una afirmación constructiva que se niega a consentir como males necesarios la mentira cruel, el engaño más íntimo, el abuso del débil y la persistencia de la ignorancia. La perturbación seria para este votante es descubrir que la pura inocencia ha quedado sepultada, y que cualquier interpretación simple y literal de lo que debe ser una política que desea estar orientada hacia el igualitarismo no es creída por nadie. Algunos soplan con entusiasmo vengativo los vientos del colapso de la democracia que nos dio patria.
Si elegimos que no tener patria en las elecciones, no debería dejar de creer en que el milagro humano es un esfuerzo perpetuo por atribuir poderes extraordinarios que exceden a los atributos y efectos que poseen las cosas en su misma esencia natural. Votar con soltura es hacer patria.
¿Podríamos hacer el ejercicio de imaginarlos viejos a los nuevos políticos? Quizás deberíamos plantearnos usar la papeleta que introduciremos en la urna no como un arma para premiar o castigar fortalezas y flaquezas respectivamente, sino como un mensaje de esperanza y un paso adelante en nuestro aprendizaje más íntimo. Tomarlo como una prueba del coraje de quienes confían en que la bondad abunda tanto para sí como para el prójimo. Es en la praxis de esta premisa donde se inicia el reencuentro con la patria soñada (chica o inconmensurable).
Señor presidente López Obrador, quien debería estar en el Balcón de Palacio Nacional, no son los Poderes de la Unión sino el pueblo, no es de su propiedad, ni tampoco prestado.
Salud y larga vida
Profesor por Oposición de Derecho de la UACH.
@profesorf