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El extremismo político sigue avanzando en el mundo occidental, incluyendo México. Tanto los partidos populares como las alianzas de la oposición usan los mismos métodos que sus antecesores, a quienes criticaban
Gerardo Rodríguez Jiménez Periodista/Académico
domingo, 23 julio 2023 | 10:17El extremismo político sigue avanzando en el mundo occidental, incluyendo México. Tanto los partidos populares como las alianzas de la oposición usan los mismos métodos que sus antecesores, a quienes criticaban. La política hoy en día parece un espectáculo de bajo nivel.
Lo que está en juego en las elecciones presidenciales de México en el 2024 no es un proyecto inteligente de crecimiento económico, o las propuestas viables para erradicación de la cultura de violencia, que sigue y sigue avanzando, no. Lo que está en juego es simplemente el poder, no importa cómo se conserve, o cómo se obtenga. Lo demás es circo, maroma y teatro.
Las instituciones electorales y judiciales del país no intervienen enérgicamente y se siguen debilitando bajo los ataques del presidente, y por ende, la democracia también. Muy al estilo de históricos dictadores latinoamericanos, el régimen actual intenta descalificar y reprender constantemente a los medios y a los periodistas que lo critican. Algunas de las declaraciones del presidente, enfocadas claramente a lo que sucede en las redes sociales, son ridículas, como cuando sin pudor dijo que acusaría a peligrosos secuestradores con sus mamás, mirando fijamente a la cámara, como para el meme.
Siguiendo su actitud de rebelde adolescente, los candidatos actuales, y más los de Morena, hacen caso omiso a las recomendaciones de los institutos electorales sin consecuencias reales.
En las redes sociales el circo se magnifica, los candidatos presidenciales y sus oponentes se atacan mórbidamente y se pelean entre sí, ya sin importarles las maneras, buscando la fama, buena o mala no importa, lo que importa es estar entre los radares de boleto electoral y seguir creciendo en popularidad. Esto se da hasta entre miembros de un mismo grupo, que a pesar de los acuerdos internos para que sus candidatos compitan con civilidad, sin atacarse entre sí, al menor descuido aprovechan cualquier ocasión para tratar de hundir a sus competidores.
Poca construcción social, y económica, y mucha destrucción. Sobre los problemas y retos reales del país, se echan la pelotita unos a otros.
Las candidatas presidenciales se visten como la famosa y eterna Frida Kahlo, y los hombres con sus camisas folklóricas. Todos quieren destacar sus inicios “humildes”, su cultura y entendimiento indígena, su piel ‘morena’, aunque al comportarse y vestirse así por moda solo se apropien de culturas ancestrales a las que no pertenecen ni comprenden bien, y que en realidad se sienten más agredidas, ya que no se sienten representadas por los políticos (as). Los problemas en Yucatán, Chiapas, Guerrero, Michoacán, entre otros, no cesan.
En Chihuahua, los rarámuris, por ejemplo, a los ‘blancos’ (aquí me refiero a los europeos o mestizos), por algo nos identifican como ‘diablos’ chabochis. De acuerdo a sus historias de creación, fuimos creados posteriormente a ellos de cenizas, por la molestia y envidia del señor de la oscuridad. A ellos los creo el sol, ser de luz, y fueron moldeados de maíz.
El pedagogo y filósofo Paulo Freire advierte a las minorías ‘oprimidas’ que solo educándose y alfabetizándose críticamente ellos mismos podrán realmente tener una representación política auténtica. No es dejándose representar por posadores fuera de su comunidad que avanzarán. Si no pregúntenles a los niños jornaleros rarámuris de la sierra tarahumara si se sienten representados por sus gobernantes. Prefieren irse con sus padres a ayudarles en sus largas jornadas, trabajando en todo tipo de actividades para ganarse unos pesos y mal comer. Cuando ha habido oportunidad de ir a la sierra, uno se da cuenta de que solo algunos educadores, clérigos y extranjeros (europeos o anglosajones, no españoles) se preocupan por empoderar esas etnias que los mismos mexicanos.
No hay que darles el pescado, sino enseñarles a pescar, la caridad no los empodera. Históricamente, ninguna minoría oprimida ha sido verdaderamente beneficiada por la caridad de las mayorías dominantes o de las fundaciones de los acaudalados.
Entonces, ¿qué tan morenos son realmente los del partido Morena? Poco. No hay duda que entre sus muchísimos militantes sí hay algunos (as) letrados que entenderán lo que aquí pregono, pero la mayoría solo siguen ciegamente a los líderes por conveniencia o momentum, por ello, y por descontento se ha consolidado una transferencia nacional de poder hacia las manos de un partido populista que supo aprovechar muy bien el enojo y desencanto de los mexicanos con los regímenes anteriores. Los expresidentes se dedicaron a saquear el país y ahora la mayoría viven en Europa dándose la gran vida. De los últimos cinco abanderados, solo Fox -quien tuvo que recular sus recientes declaraciones por elitistas- sigue en el país.
Las hermosas tradiciones y ceremonias de los pueblos indígenas, como las limpias con copal, los temazcales, los cantos tradicionales, están de moda entre las nuevas generaciones del México mágico literario, son muy relajantes y sanadoras, pero participar en ceremonias de lujosos resorts y spas no capacitan a ningún político para representarlos.
Sí, hay un renacimiento cultural en México, las tradiciones antiguas están resurgiendo entre la juventud, cansadas del exceso de información en las redes, la violencia, el estrés, el abuso del poder y las adicciones de nuestra sociedad. Pero los intentos de los nuevos políticos por pertenecer al rápido cambio de paradigmas sociales y tecnológicos a veces no les sale bien. Es una cuestión de identidad y respeto. No es poniéndose la máscara del populismo y los pueblos originarios para ganar elecciones como se destaca un buen político (a) de uno malo.
La práctica de los valores éticos, con el ejemplo, hace la diferencia, algo que desde el nacimiento de cultura política occidental en la antigua Grecia ya predicaban los sabios, con algunas diferencias específicas. Ellos explicaron y debatieron las virtudes y degeneres de la democracia, la demagogia, la oligarquía y la tiranía para la posteridad. Después de tanto tiempo, muchas de sus observaciones siguen vigentes.
En este momento, tanto en México como en Estados Unidos, ambas naciones en campañas presidenciales, se percibe una clara y viciada demagogia de los candidatos. Sus estrategias apelan a nuestros prejuicios, emociones, miedos y esperanzas mediante la retórica, la desinformación y la propaganda, cuando en verdad todo se trata de obtener, mantener y conservar el poder. Dos corrientes, una de extrema derecha en el norte, y otra de extrema izquierda en México.
Por otro lado, las democracias se debilitan cuando las instituciones judiciales y legislativas, que generan el balance de poderes, así como los medios, son constantemente atacados por un régimen.
Mediáticamente, hay un exceso de opiniones infundadas en internet. Algo inevitable hasta el momento, ya que la tecnología crece a pasos agigantados, y va tan rápido que es imposible que un gobierno, que por diseño intencional es burocrático y lento, pueda regular, y menos hacer cumplir, leyes que se vuelven obsoletas en poco tiempo.
Muchos medios se han tenido que abrir a los comentarios de sus usuarios, por cuestiones de competencia, a pesar de que algunos solo insultan, difaman, echan madres, y mienten, a veces sin siquiera dar su nombre real. Pocas opiniones son respetuosas, conscientes y bien informadas. El asunto de regular las redes sociales y los cometarios de internet es una necesidad desde hace tiempo, pero quien se atreva a hacerlo será despedazado por sus contrincantes, aunque sus intenciones sean buenas. Es que a veces el remedio es peor que la enfermedad. La autocensura excesiva es también un error de los medios tradicionales. Solo les queda a los editores pedirles a los usuarios respeto, cordura, y que se hagan responsables de sus propios comentarios.
El actual gobierno mexicano está utilizando los mismos –si no peores- recursos de las antiguas mafias de poder. La corrupción sigue permeando las entrañas del partido dominante, que en sus filas tiene muchos militantes de partidos anteriores. Lo único que nos resta a los votantes informados es tratar de balancear el poder. Votar en contra del dominio de unos cuantos, alternar gobiernos, balancear la representación en el congreso, cuidar y reforzar nuestras instituciones y medios serios, evaluar el progreso real, denunciar los abusos, y seguir nadando en un mundo cada vez más acelerado y complicado.
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