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Raymundo Riva Palacio
lunes, 25 marzo 2019 | 19:30Ciudad de México.- El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador está evaluando si legalmente hay posibilidades de reabrir la investigación del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia, que murió de un balazo en la cabeza el 23 de marzo de 1994. No hace falta ningún análisis. Legalmente sí se puede reabrir la investigación. Esta tendría que ser la respuesta de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a quien el presidente instruyó a emitir un dictamen. Si se diera el caso, el presidente abrirá una importante ventana al pasado con el que diariamente choca. Quién sabe si encontrarán evidencias que cambien la teoría del “asesino solitario”, pero sí podría abrir un expediente político que ayude a comprender en dónde estamos y para dónde vamos. Lo único que tendría que considerar son las implicaciones para su gobierno. Por ejemplo:
1.- Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, que en ese entonces era la mano derecha de Manuel Camacho, quien se indignó con el presidente Carlos Salinas porque decidió la sucesión por su hijo -como se da en las monarquías- no por el hermano, y provocó un clima de desestabilización con su protagonismo en la negociación de paz con el EZLN, que irrumpió en el paisaje nacional casi tres meses antes del asesinato. Ebrard tiene información de lo que buscó Camacho durante la patética campaña de Colosio, y sabe la realidad del surgimiento y apoyos del EZLN. Fue parte de la inestabilidad, deliberada o involuntaria, de un Colosio que cada vez se veía más nervioso e inseguro. Como describió el primer fiscal del Caso Colosio, Miguel Montes, deslindando la responsabilidad de Camacho en el crimen, “los climas también matan”.
2.-Alfonso Durazo, secretario de Protección y Seguridad Ciudadana, el principal promotor de un crimen de Estado dentro de la lucha por la sucesión, aunque para cuando se dio el asesinato, la sucesión estaba resuelta con el candidato más manipulable por Salinas para su propósito transexenal, una reforma política para perpetuar al PRI en el poder. Salinas no se atrevió a la reforma en 1991, cuando arrasó el PRI en las elecciones intermedias, después de haber iniciado la reforma económica, pero su proyecto con Colosio, a quien fue construyendo por casi una década, profundizaría el continuismo. Camacho pudo haber logrado la reforma política, pero no dependería de Salinas. El modelo a seguir ya no era el económico, pues de esa forma el candidato habría sido Pedro Aspe, secretario de Hacienda, quien nunca fue considerado hasta después del asesinato.
Fuera del gobierno hay importantes protagonistas:
1.- El expresidente Salinas, a quien señalaron en la prensa que estaba molesto porque Colosio no se plegaba a él. Ciertamente el candidato se quejaba de “Carlos” y sus recomendaciones injerencistas en la campaña, pero estaba muy lejos de romper con él. Incluso, su único discurso de trascendencia, el 6 de marzo de 1994 en el Monumento a la Revolución, fue enviado a Los Pinos en la víspera para que lo revisara el presidente. Salinas no le quitó ni una línea, pero le añadió algunas más. Con él había discutido los cambios en su equipo de campaña después de Semana Santa, como el relevo del coordinador, Ernesto Zedillo, y del responsable de medios y propaganda, Liébano Sáenz, lo que mostraba la dependencia del candidato de su padrino y promotor.
2.- Manuel Camacho, aunque post mortem, entra en la categoría de “villano favorito”. Camacho tuvo un arrebato cuando Colosio fue ungido candidato y renunció como jefe del Departamento del Distrito Federal. Salinas desayunó con él y lo persuadió a que se hiciera cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En esa función se dio la irrupción del EZLN y se ofreció como negociador. Salinas, que había sido omiso a actuar ante la insurgencia guerrillera desde mayo de 1993, cuando el Ejército descubrió en Ocosingo la revuelta que se preparaba para no afectar la ratificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, recibió de su secretario de Gobernación, Patrocinio González -padre de la actual secretaria de Medio Ambiente- su diagnóstico: en tres días sofocaba la rebelión con un estimado de 300 muertos. Camacho ofreció una mediación más larga, sin muertos. Camacho aplastó mediáticamente la campaña de Colosio, pero no por él, como confió en su momento, sino la incapacidad del equipo del candidato.
3.- La nomenclatura. La noche del 23 de marzo se intentó un golpe de Estado técnico del PRI en contra de Salinas. El expresidente Luis Echeverría se presentó sin cita a Los Pinos para recomendar como candidato al secretario de Comunicaciones, Emilio Gamboa. El líder del PRI, Fernando Ortiz Arana, que se ubicaba en el ala echeverrista del partido, comenzó a buscar apoyos para su candidatura y empezó a recibir decenas de ellos, como una opción, se veía en ese momento, para frenar que los tecnócratas, que tenían el poder desde 1982, continuaran mandando en el partido. Sin identificarlos, Salinas los caracterizó como “la nomenclatura”, que quiso arrebatarle el poder. No pudieron. Un tecnócrata, Ernesto Zedillo, fue el candidato por default.
La historia política de México tiene en el asesinato de Colosio, un capítulo muy importante por escribir. Se puede argumentar que fue el final del sistema político, que nació con el asesinato de Álvaro Obregón en 1928 y murió en Lomas Taurinas. Reabrir el caso, como propone López Obrador, quizás no arroje evidencias nueva sobre el crimen, pero abrirá ventanas a las luchas del poder, la confrontación de dos modelos, el estatista de Echeverría y el neoliberal de Salinas, y nos ayudaría a entender cómo llegamos al presente y cómo caminaremos al futuro.
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